viernes, febrero 29, 2008

Equivocación

Karel Capek: Entre el cielo y el mar

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Nos embarcamos en el Mediterráneo. Es tan bellamente azul que uno no sabe cuál es el cielo y cuál es el mar, por lo que en todas partes de la costa y de los barcos hay letreros que indican dónde es arriba y dónde es abajo; de otro modo uno puede confundirse. Para no ir más lejos, el otro día, nos contó el capitán, un barco se equivocó, y en lugar de seguir por el mar la emprendió por el cielo; y como el cielo es infinito no ha regresado aún y nadie sabe dónde está.

jueves, febrero 21, 2008

El héroe desconocido

El bravo y valeroso soldado Svejk
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Una gran época exige grandes hombres. Hay héroes desconocidos, oscuros, que no han alcanzado la gloria de Napoleón y no han entrado, como él, en la historia. Y, sin embargo, tienen un carácter tan variado y complejo que podrían hacer sombra al mismo Alejandro Magno. En las calles de Praga se puede encontrar hoy mismo un hombre desgalicahdo que ignora el papel importante que ha desempeñado en la historia de esta nueva y grande época. El hombre sigue tranquilamente su camino, sin molestar a nadie, y sin ser moletado por los periodistas, que no le solicitan ninguna entrevista. Si ustedes le preguntan cómo se llama, el hombre responderá con la mayor serenidad del mundo:

-"Soy Svejk".

Y este hombre, taciturno y mal vestido, no es otro que el antiguo "bravo soldado Svejk", guerrero heroico y audaz que los ciudadanos del Reino de Bohemia, bajo el gobierno austríaco, tenían siempre en cuenta y cuya gloria, no lo dudemos, no habrá de palidecer en la nueva república checoslovaca.

Tengo mucho cariño a este valiente soldado Svejk y, al contarles a ustedes sus aventuras durante la Primera Guerra Mundial, estoy convencido de que todas las simpatías del público irán hacia este héroe desconocido y modesto. Pues Svejk, en contraste con el tonto de Eróstrato, no ha incendiado el templo de Diana para que su nombre aparezca en los diarios y en los libros de lectura de primer grado.
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¡Esto me parece muy hermoso!
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martes, febrero 05, 2008

La última antorcha de Devetsil

Toda la belleza del mundo

El espacio de vida que hemos atravesado se llena entonces de rostros amables y amados, que nuestros ojos buscan allí mientras los invocan en el alma.
Entre miles de ellos he descubierto un rostro olvidado y estoy evocando un conocimiento. Desde mis años estudiantiles yo encontraba en la actual Avenida Nacional a un caballero de edad con un bastón y un aplastado sombrero negro. Yo le saludaba cortésmente. Él me sonreía y, con un gesto amistoso, se llevaba la mano al sombrero. Era Ignát Herrmann. Al cabo de muchos años, al final de los veinte, me paró y, por lo visto movido por la curiosidad, me preguntó quíen era. Así, sin más, nos conocimos.
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-Joven -me dijo Hermmann-, de mi generación ya no me queda nadie en el mundo. Todos han muerto y estoy completamente solo.

En torno a nosotros retumbaba la Avenida Nacional, llena de gente que pasaba de prisa o estaba parada, y yo me negaba a dar crédito a sus palabras. Si aquí mismo había una multitud de los que le conocían y le leían. No, él no estaba abandonado.
Un otoño, a principios de los veinte, publicamos una antología de nuestro grupo Devetsil. Herrmann me lo recordó con una leve sonrisa.
Ya no puedo decir para qué destacamos de modo especial aquel otoño también también en la portada. El libro levantó entonces una polvareda. ¿Cuántos quedamos de los que entonces nos habíamos reunido en torno a aquel libro y cuyos nombres venían mencionados en una de sus últimas páginas? ¡Sólo dos o tres! Y yo soy el único que todavía grita por lo bajo "¡Hurra!" y moja la pluma en el tintero. Todos los demás han muerto. Miro atrás buscando sus rostros. Los encuentro, pero en seguida se confunden en el gris de mi mala memoria.
Abro aquella lectura antigua y siento tristeza. El perfume de los recuerdos me ahoga. El amargo aliento de las viejas caricias se ha enfriado hace mucho. ¡Cuántos nombres había! Ivan Goll, Foujita, Georg Grosz, Zadkin, Kisling, Archipenko... Pronuncio nombres que yo ya no me dicen tanto. ¡Y estoy pensando en otros!
¡Qué felicidad habría sido la mia, si hubiese podido estrechar la mano de Vancura! ¡Qué no daría por poder fumar un pipa en Slávia con Teige! Si, por casualidad, yo no tuviese una pipa, me la prestaría gustoso. Siempre tenía los bolsillos llenos de ellas y las iba cambiando. ¡Cuánto me gustaría tomar en Suter una botella de vino con Vitezval Nezval! En este momento no puedo pasar por alto los días en que nos recitaba temperamentalmente "El asombroso mago" que justamente acababa de ser publicado por primera vez en aquella anotología nuestra. Fui yo mismo quien lo llevó a la imprenta y hasta hoy vuelven a mí, como por ensalmo, sus maravillosos primeros versos:
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sueñas con una cultura nueva y yo te canto otra vez, llena de reverberos
fuente con la tigresa
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Vuelvo las páginas amarillentas, y tampoco puedo dejar de recordar las últimas líneas del artículo programático de Karel Teige que cierra la antología:

La belleza del nuevo arte es de este mundo. La misión del arte es la de crear bellezas análogas y cantar, con imágenes arrebatadoras y con insospechados ritmos poéticos, toda la belleza del mundo.
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También en el libro las cinco últimas palabras vienen resaltadas con mayúsculas y encerradas entre dos manos impresas, con los índices extendidos. Nos gustaba mucho aquel signo, e incluso lo insertamos en algunos poemas.
Desde la publicación de la antología de Devetsil han pasado mucho más de cincuenta años. Está haciendo un melancólico día de octubre. He estado de nuevo en la Avenida Nacional. La vida fluía alrededor de mí con tanta prisa que la mirada no conseguía seguirla. Pero me ha parecido que estoy solo en el mundo.