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En El Proceso, José K, apoderado de un banco de Praga –todo hace pensar en el banco checo de La Unión, banco alemán hasta 1918- tiene noticia de que ha sido presentada ante un tribunal desconocido una demanda contra él cuyos motivos ignora. Quiere arreglar este asunto que le parece anodino, explicar el error. Pero, el aparato judicial, altamente jerarquizado, se divide en infinitas ramificaciones y el acusado sólo tiene acceso a las instancias inferiores cuyos servicios, instalados en bohardillas de inmuebles praguenses, tienen algo grotesco, mezquino, repugnante. El acusado entra en contacto con los abogados del tribunal invisible, con abogados y consejeros clandestinos, con otros acusados. Pronto deja de interesarse en este asunto ridículo, después obedeciendo a un impulso, se ocupa nuevamente de él; su trabajo en el banco se resiente, el apoderado se pierde, de más en más, en su proceso. Pasa un año. La víspera de su treinta y un aniversario, dos desconocidos, cumpliendo el veredicto del tribunal lo llevan a una cantera de Strahov y lo ejecutan con un cuchillo de carnicero.
Otros textos de Kafka toman sus temas de la vida judicial y de las actuaciones de la justicia: así tenemos el célebre cuento titulado En la colonia penitenciaria, un texto breve pero significativo que se encuentra en el Diario, un fragmento más vasto, el Substituto del procurador, etc. Como lo atestigua el testimonio de los que lo han conocido, Kafka era un jurista notable, cuyo espíritu se prestaba maravillosamente a las finezas de la casuística. La imagen del “tribunal” lo persigue hasta en las circunstancias más íntimas de su vida, como lo demuestra ese grito en su Diario: “¡Si por lo menos vinieras, tribunal invisible!”. Sin embargo, he experimentado alguna vacilación al traducir el título de la obra, “de acuerdo al sentido”, por Proceso[1]. Pues literalmente, se trata de un proceso en el sentido grueso y primario de la palabra procesus, de la progresión de una cosa irrevocablemente comenzada, de aquello que los médicos denominan “proceso” en las enfermedades incurables. Dejemos de lado las explicaciones puramente teológicas –aunque la idea de la predestinación no fue totalmente extraña a Kafka- y atengámonos a nuestro “denominador común”: como se produce frecuentemente en Kafka, asistimos aquí a una repentina ruptura en la vida de un individuo, a una catástrofe que, rápida como el rayo, se abate sobre una superficie regular o sobre una regularidad superficial. El apoderado K, empleado diligente y hábil, hombre respetable, no está “en lo verdadero”. Sus relaciones con sus semejantes permanecen en la superficie, no ha retribuido su vida con un sentimiento real, con una simpatía real hacia quienquiera que fuese. Es por eso que incurre en pena capital.Aparte de los elementos sacados de la vida judicial, hay en la atmósfera de El Proceso otro ingrediente: éste último extraído de la vida bancaria, comercial. Dicho tema reaparece frecuentemente en la obra de Kafka y no sólo en sus novelas y en el texto de su Diario (por ejemplo, en El Lavadero); el escritorio encontraba en su mismo medio familiar (ver la evocación del misterios término “último” –en español en el original-, que impresionó al escritor en su infancia). Pero en El Proceso, la presencia de ese elemento proviene igualmente (y, sin duda, por encima de todo) del hecho que la profesión de apoderado implica una existencia fundada en valores justamente mensurables, definidos y que pueden inducir a error. Hasta el héroe de El Castillo ejerce una profesión igualmente sólida.
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[1] El título de la obra en la traducción checa es Proceso capital expresión semejante a la francesa “pena capital”, pero intraducible literalmente.
1 comentario:
El texto publicado ha sido extraido de "Kafka" de Pavel Eisner. Editorial Futuro. Traducido por Fina Warschaver.
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