.
c) Carlos y Chichilo - el
linaje Rossum
En la
descripción del linaje Rossum que Capek realiza reproduce la esencia que define
y diferencia (contraponiéndolos) a los hijos de Miguel, Carlos y Chichilo;
quienes conforman una dupla de opuestos, en la que el primero representa la
razón, el pragmatismo, la observación directa y objetiva; mientras que el
segundo será la esperanza, la ilusión, la locura, la mirada distorsionada,
empañada por las necesidades que la miseria instala en sus ojos.
En el
examen de los personajes, acerca de cada uno de ellos, Sanhueza-Caravajal
indica:
Carlos es la voz de la razón y del conocimiento en la
obra, es el quien le habla a Miguel del progreso que significan los
automóviles. (…). Carlos apunta continuamente la cuota de sensatez necesaria.[1]
Chichilo es un personaje caricaturesco: el loco, el
soñador.[2]
Al
final de la obra, mientra Carlos se convierte en quien finalmente aporta el
sostén económico de la familia, adaptándose a las transformaciones de la
sociedad a través de una mirada realista, que lo lleva a emplearse de chofer de
automóvil; Chichilo seguirá soñando, confundiéndolo todo, viviendo en fantasías
y conspiraciones, denunciado la huida de Lucía con los “cajetillas” en un
automóvil en la que la ha visto subida, que no es otro, en rigor, que aquel en
el que su hermano se desempeña como chofer.
En R.U.R.
esta misma dicotomía entre locura y realidad o fantasía y razón, se
encuentra en la pareja que conforman el primer Rossum, quién inicia el proyecto
de “fabricar personas” y aquel que lo concluye, su sobrino ingeniero. En las
descripciones que el personaje de Domin hace de ellos asegura:
DOMIN: ¿Pero sabe usted qué es lo que no se encuentra en los libros de
textos? Que el viejo Rossum estaba bastante loco. De verdad señorita Glory,
esto es un secreto que tiene que callarse. El muy chiflado quería fabricar
personas.
ELENA: Pero ustedes sí que hacen gente.
DOMIN: Sintéticamente, señorita Glory. Pero el viejo quería hacerlas de
verdad. Sabe, quería convertirse en una especie de Dios.
(…)
DOMIN: ¿Sabe usted algo de anatomía?
ELENA: Muy poco.
DOMIN: Igual que yo.
Imagínese entonce que decidió fabricar todo igual que lo del cuerpo humano. En
el museo le enseñaré la porquería de hombre que le llevó diez años construir.
(…). Y en esto llegó el joven Rossum, ingeniero, el sobrino del viejo Rossum.
Un tipo imponente, señorita Glory. Cuando vio el lío que estaba formando su
tío, dijo: “Es absurdo pasarse diez años haciendo un hombre. Si no lo puedes
hacer más de prisa que la naturaleza, es mejor que te retires”. Y se puso a
estudiar anatomía.
(…)
DOMIN: (…). Todo lo que
los libros de texto dicen acerca de los esfuerzos conjuntos de los dos grandes
Rossum es una mentira. Tenían unas peleas impresionantes. El viejo ateo no
tenía la menor idea de lo que era la industria y al final el joven Rossum le
encerró en un laboratorio y le dejó que perdiera tiempo con sus
monstruosidades, mientras él comenzaba el negocio como un ingeniero sabe
hacerlo.[3]
Lo paradójico, es que en dos obras en las
cuales el peligro de la sobreexplotación tecnológica se advierte como amenaza,
la tensión entre razón y fantasía queda resuelta, al menos a primera vista, a
favor de la primera, ya que son los personajes que responden a ella (Carlos y
el joven Rossum) quienes consiguen imponerse y alcanzar sus objetivos (Carlos
asumiendo el rol de su padre, manteniendo a la familia; el joven Rossum
teniendo éxito, finalmente, con la fabricación de los robots), pero además son
los artefactos los que vencen, en el desplazamiento con que finaliza cada
pieza: ocupando el robot el lugar del hombre y el automóvil el del caballo.
La
paradoja reside en que el enfrentamiento clásico entre el romanticismo (loador
de las artes y la fantasía) y el positivismo (propulsor del orden y el
progreso) quedará resuelto, en esta mirada, a favor de los personajes que con
el segundo movimiento podrían identificarse, a pesar de centrarse, ambas obras,
en el drama que el progreso impone al hombre, quien se ve trágicamente
reemplazado y desplazado por los monstruos que la razón crea.
Sin
embargo, existe otra lectura posible, y complementaria, a través de la cual la
paradoja quedaría resuelta. En R.U.R.
esta segunda lectura resulta más evidente ya que se ve acompañada de los hechos
y no sólo de la conducta, como ocurre en Mateo.
En la
obra de Capek, el joven Rossum, como ya hemos mencionado, se impone a su tío,
pero esa imposición, ese triunfo de la razón sobre la fantasía, también puede
leerse como una mera victoria temporal; ya que el ingeniero vence, es verdad,
pero también él será vencido luego por su creación, ya que su lugar es el mundo
de los hombres, no el de los robots. La humanidad, aquella especie a la que él
pertenece, termina subyugada y destruída por el fruto de esa razón que el joven
Rossum pregonaba. Otro elemento, además,
apoya fuertemente esta idea: el hecho de que en apariencia sólo un
hombre haya sobrevivido a la revolución de los robots, y que ese hombre sea
precisamente el personaje de Alquist. La importancia del hecho reside, en
primer lugar, en la búsqueda que en las páginas finales llevará a cabo y
terminará imponiendo (el amor, esa cualidad esencialmente humana) el personaje,
pero, además, por que ha sido Alquist el personaje que, desde un primer
momento, se había posicionado en contra del progreso, esa arrasadora nave que
conduce la razón. Ya desde el comienzo de la obra el personaje rechaza la
idealización que Domin hace del progreso:
DOMIN: Que todas las cosas serán diez veces más baratas de lo que son
ahora. Dentro de cinco años tendremos trigo para dar y tomar, trigo y todo lo
demás.
ALQUIST: Sí, y todos los obreros del mundo estarán parados.[4]
Y páginas más adelante y a medida que avance la obra
su desconfianza y posición frente al avance tecnológico irá ganando peso:
ALQUIST: Bueno…, ya soy un hombre mayor, sabe. A mí no me gusta demasiado
el progreso y todas estas ideas nuevas.
ELENA: ¿Cómo a Emma?
ALQUIST: Sí, como a Emma. ¿Tiene un
libro de oraciones Emma?
ELENA: Sí, uno muy gordo.
ALQUIST: ¿Y tiene rezos contra distintas ocasiones? ¿Contra la tormenta?
¿Contra las enfermedades?
EMMA: Contra las tentaciones, contra las inundaciones.
ALQUIST: ¿Y contra el progreso no?
EMMA: No creo.
ALQUIST: Es una pena.[5]
ALQUIST: ¿Y quién, quién tiene la culpa? ¿Quién es el responsable de esto?
(…)
ALQUIST: Todos muertos. Toda la humanidad. Todo el mundo. (Poniéndose de píe). Mirad, mirad,
riachuelos de sangre que salen de todas las casas. ¡Oh Dios mío, Dios mío!,
¿quién tiene la culpa de esto?
(…)
ALQUIST: Yo acuso a la ciencia, acuso a la ingeniería. A Domin. A mí mismo.
A todos nosotros. Todos, todos somos culpables. Por habernos engrandecidos, por
el lucro, por el progreso…
(…)
ALQUIST: Nostros tenemos la culpa. Nosotros tenemos la culpa. [6]
Al finalizar la obra, en el “Cuarto acto-Epílogo”
Alquist dedicará sus días a la busca de la humanidad, intentando incorporar a
los robots aquel rasgo que pueda transformar a los robots en una nueva especie
humana. Intentando traer al mundo, unos nuevos Adán y Eva, (encarnados en los
robots Primus y Elena) que se impongan al frío y estéril mundo de los robots (o
lo que sería de alguna manera lo mismo, de la razón y el progreso), con ese
hallazgo finaliza la obra:
ALQUIST (Tras una pausa se pone en
píe y va a la ventana y la abre): Otra vez de noche. Si pudiera dormir.
Dormir, soñar, ver seres humanos… ¿Y estrellas aún hay? ¿Para qué sirven las
estrellas si no hay seres humanos? (Se
aleja de la ventana). ¿Sería capaz de dormir, de atreverme a dormir, antes
de que se haya reanudado la vida? (…)[7]
(…)
ALQUIST (Levantándose): ¿Qué…,
qué es esto? ¿Risas? ¿Seres humanos? ¿Quién ha vuelto?
(…)
ALQUIST (Tambaleándose hacia ellos):
¿Seres humanos? ¿Vosotros…, vosotros… sois seres humanos?
(…)
ALQUIST: ¿Vosotros… seres humanos? ¿De dónde llegáis? (Tocando a Primus). ¿Quién eres?
(…)
ALQUIST: Claro. ¿Y qué? ¡Criatura, si puedes llorar! Dime, ¿qué es Primus
para ti?
(…)
ELENA (Con suavidad): Estoy
preparada.
ALQUIST: ¿Preparada?
ELENA: Para que me abra.
(…)
PRIMUS: No te tocará, Elena. (Cogiéndola).
(A Alquist). Viejo, no nos matará a
ninguno de los dos.
ALQUIST: ¿Por qué?
PRIMUS: Nosotros…, nosotros… nos pertenecemos el uno al otro.
ALQUIST: Ahora lo habéis dicho. (Abre
la puerta). ¡Iros!
PRIMUS: ¿A dónde?
ALQUIST: Donde queráis. Elena, guíale tú. Vete, Adán… Vete, Eva. Serás su
mujer. Se su esposo, Primus. (Salen
Primus y Elena). ¡Oh, bendito sea este día! ¡Oh festival del sexto día! (…)
Ahora, Señor, puedo morir en paz según tu voluntad, pues mis ojos han visto tu
salvación.[8]
En Mateo, la
resolución de la paradoja resulta, en cambio, más sutil, ya que es en el
radical giro que toma el personaje de Carlos, en donde esta reside.
Al iniciar la obra es clara la conducta desafiante y
despreciativa de Carlos, y en ese desprecio y desafío subyace la soberbia de la
razón. Una soberbia que también encontramos en Domin, en el joven Rossum, y en
todos aquellos que en su nombre crearon una imagen de progreso constante.
El rasgo, en Mateo,
se ve coronado en el momento en que Carlos rechaza el diario que Miguel le
alcanza, “La Prensa ”,
una publicación popular, porque él sólo lee “La Nación ”, diario
aristocrático. En la otra escena en la que progreso y tradición se ven la cara,
Miguel termina echando a Carlos de la casa, quien, victima de su propia
debilidad, termina obedeciendo, a pesar de que, al menos hasta donde se lee en
la obra, no tenga ningún otro lugar a donde ir a vivir. Y esta imposición,
aunque sea momentánea, de Miguel sobre su hijo, no es otra cosa que la
representación de una victoria parcial de lo que él representa, la tradición,
por sobre Carlos, el progreso y la modernidad.
A partir de este punto es desde el cual puede
entenderse la resolución de la paradoja. Ya que aún cuando sea el mundo de la
razón, el progreso y la técnica quien se imponga al final de la pieza, no lo
habrá hecho sin antes recibir una primera derrota. Lo importante entonces será
detectar cuáles son, en qué residen, aquellos elementos que permiten, en la
obra, dar vuelta la ecuación y poner sobre vencedor a vencido.
Y la clave estará, seguramente, en ese drástico y
sorpresivo cambio que Carlos realizará en los momentos finales de la obra.
En la última escena, Carlos vuelve al hogar y busca la
reconciliación del padre. Se ofrece como sostén de la familia y muestra amor
hacia ella: Todo el dinero que ha ganado se lo entrega mansamente a Carmen
(“tome mama, 200 pesos, mi primer noche”[9]) sin pensar en si hay azúcar el café o en leer La Nación , busca a Miguel
“para darle esta alegría”[10], saca a pasear a Lucía y no muestra encono, como
en las primeras páginas, contra Chichilo, sino más bien comprensión. Carlos ha
vuelto y entrega el fruto de su trabajo, sin rencores por haber sido expulsado,
sin ánimo de revancha ante el padre caído.
Es a través de esos actos que queda descubierto el
sentido final de la obra. Que, lejos de alentar el enaltecimiento o la condena
absoluta del progreso y la tecnología, advierte (y demuestra) que sólo cuando
su uso se encuentra apoyado en el amor, la humildad, la generosidad y la
preocupación por el otro (y no en su utilización como mero recurso para
intensificar la explotación del hombre por el hombre) es cuando estos pueden
convertirse en un instrumento útil y valido para el Hombre.