Junto al río, bajo los árboles, a lo largo de la barandilla de hierro, había un paseo. Era muy frecuentado al anochecer, pero sobre todo el domingo antes del mediodia. En cierta época paseaban por allí los actores del Teatro Nacional. Nosotros ya sólo vimos allí al anciano señor Krossing con su recto y terriblemente alto sombrero de copa. Nadie, en todo Praga, llevaba un sombrero tan extraño.
Aunque durante el invierno el paseo se despejaba notablemente, los hermanos Capek paseaban por allí incluso cuando nevaba. Los dos llevaban el mismo sombrero duro, la misma bufanda de colores llamativos, guantes amarillos y un bastón de caña. Llamaban la atención, pero seguramente era su próposito. Paseaban sin decir una palabra. Algunas veces les acompañaba un hombrecito inquieto, con gafitas de alambre y viva gesticulación. Se detenía a cada momento y parecía atacar a los hermanos. Éste era el estilo de su apasionada conversación. Se trataba del pintor Václav Spála. Los hermanos también tenían que detener sus pasos mudos. A veces se unía a ellos el pintor Jan Zrzavy, y otras veces el serio y regordote arquitecto Hofman, con las manos en la espalda. Aparte del alto y elegante Rudolf Kremlicka, teníamos allí a todo el grupo de los Obstinados. A veces veíamos incluso a Marvánek, pero para nosotros él estaba en la periferia del mundo de los pintores.
Por su arte y por el mundo que reflejaba en sus pinturas, nos parecía más próximo Jan Zrzavy.
De los hermanos Capek, preferíamos a Josef. Estábamos convencidos de que si Karel era más grande como prosista, Josef era más importante como artista y como poeta. Y, naturalmente, como pintor.
Más tarde nos hicimos buenos amigos de todos, aunque en principio hacíamos valer en alta voz el derecho a una actitud crítica de la nueva generación entrante con respecto a la generación más antigua. Pero los acontecimientos políticos y el peligro del fascismo nos acercaron y, en los años anteriores a la Segunga Guerra, entre las peticiones y los llamamientos, nuestros nombres estaban amistosamente unidos.
Luego vinieron los malos tiempos. A Karel Capek se le derrumbó su mundo. Karel era más frágil y sutil que Josef. Le sugerían en vano que viajase a Inglaterra. Seguramente tenían razón cuando le aseguraban que ayudaría más a la causa checoslovaca en Londres que en Praga. Rechazó la emigración y tal vez abandonó la lucha por su vida. Murió poco antes de la ocupación. Luego, la Gestapo se llevó a su hermano.
Después de la guerra me encontré con Jan Zrzavy en la exposición póstuma de Spála. Caminamos de un cuadro a otro y Zrzavy no ocultó su emoción.
-Mira, amigo -se dirigió a mí de repente- la verdad es que Spála es el mejor de nosotros. ¡Y tan checo!
También yo soy ahora un hombre de edad y no me gusta el invierno. Ni me agrada la nieve. Cuando cae muy espesa, cuando la ventana se oscurece con las familiares tinieblas blancas, prefiero imaginarme en medio de la nieve los claros colores de los ramos de flores de Spála. ¡Qué hermosura! Y en seguida me siento mejor. Y espero con más ilusión la primavera.
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3 comentarios:
El relato ha sido extraido del libro "Toda la belleza del mundo", de Jaroslav Seifert, Editorial Seix Barral. Algunos párrafos han sido extraidos para abreviar el post.
Acabo de descubrir el blog y me parece magnífico. Te animo a que sigas adelante con él, es una auténtica joya para los hispanohablantes que estamos interesados en literatura eslava.
Enhorabuena.
Justo ahora ando leyendo este libro. Precioso. A la espera de que me llegue su breve antología poética de la editorial Hiperión. Creo que te hace enamorarte poco a poco de la Rep. Checa; al menos de la que fue "suya".
Un saludo.
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