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Emil Zatopec nació el 19 de septiembre de 1922, en Kropivnice, una localidad cercana a Ostrava, perteneciente hoy en día al territorio de la República Checa, pero que para aquellos años formaba parte de la flameante República Checoslovaca, que hacía apenas casi cuatro años, era presidida por su principal impulsor, Tomas G. Masaryk. Hijo de una familia humilde (de padre carpintero y madre ama de casa) contribuyó desde muy joven a la economía familar, no solo ayudando a su padre en los labores de la huerta, sino también trabajando en la fábrica de calzado Bata; fábrica que, de pura casualidad, y en contra de su voluntad (Zatopek llegó inlcuso a simular una lesión para no tener que participar del evento) lo impulsó a correr su primera carrera, en una de las tantas competiciones por ella organizada a fin de promover su calzado deportivo. Con el paso del tiempo la actividad irá ligandose a la vida del futuro atleta, lo descubrirán entrenadores, comenzará a particpar en competiciones cada vez más importantes, será revelación en los primeros campeonatos de Europa de posguerra, llegando quinto en su primer gran competencia, romperá una y otra vez los records nacionales, se inmiscuirá en la elite de corredores de fondo, ganará la medalla de oro (10.000 m.) y otra de plata (5.000), en los Juegos Olímpicos de Londres 48 y para Helsinky 52 se comenzará a convertir en uno de los atletas más importantes de la historia del deporte, consiguiendo tres medallas de oro en el lapso de una semana, en las tres pruebas más largas y cansadoras de toda la competencia: los 10.000 m., los 5.000 m. y, finalmente la maratón (42 Km.), competencia para la cual ni siquiera se había preparado, y a la que días antes lo terminó de convencer de participar su mujer, Dana Zatopkova, quien había ganado la medalla de oro en lanzamiento de jabalina, apenas unas horas después de que Emil consiguiera la suya en los 5000 metros.
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Dos extractos, entonces, de la novela, tenemos el gusto de presentar. El primero, relacionado a sus tardes de glorias, donde batía records, arrasaba competencia y acumulaba medallas; el segundo aquel que ilustra sus otras carreras, ya como recolector de basura, en las que el pueblo checoslovaco lo sigue acompañando y adorando como a un héroe, porque para aquellos que se han ganado el cariño popular no existen desiciones y condenas políticas que alcancen para robarles el amor y el cariño que de un pueblo han sabido ganarse.
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Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil, nada de todo eso.
Emil parece que encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorcionan como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua afuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte.
Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando esta ahí más que nadie, y su cabeza, encojida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado sobre el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda.
Puños cerrados, contorcionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimiento con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonados a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantado exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo, se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, saslvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad. En suma, no hace nada como los demás, que a veces piensan que actua atolondradamente.
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Y mucho más adelante:
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Al cabo de esos seis años, la hermana mayor del socialismo y sus apoderados praguenses, que han convertido a Alexander Dubcek en jardinero, deciden que Emil regrese a la capital, pues se les ha ocurrido de ascenderlo y convertirlo en basurero. La idea parece buena, ya que la intención es humillarlo, pero no tarde en demostrarse que no es tan buena. En primer lugar, cuando Emil recorre las calles de la ciudad tras el camión con su escoba, la gente lo reconoce de inmediato y todo el mundo se asoma a las ventanas para ovacionarlo. En segundo lugar, como sus compañeros de trabajo se niegan a que él recoga la basura, se limita a correr a pequeñas zancadas, en medio de los gritos de aliento como antes. Todas las mañanas, a su paso, los habitantes del barrio donde le toca trabajar a su equipo bajan a la calle para aplaudirle, vaciando ellos mismos su cubo en el camión. No ha habido en el mundo basurero tan aclamado. Desde el punto de vista de los apoderados, la operación resulta un fracaso.
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Jean Echenoz, novelista francés, nacido en Orange en 1947, finalizó de escribir este mismo año una novela (Correr) basada en la biografía de nuestro héroe. Pero allí no sólo se loan sus aptitudes atléticas y su logros deportivos. Ni se pinta de cuerpo entero su bondad, su humildad, su constante necesidad de aprehender y rescatar lo bueno que hay en cada persona y en cada región (Zatopek llegó a dominar nada menos que cinco idiomas) o su lealtad como deportista que lo hará merecedor de la admiración, cariño y respeto de todos sus adversarios. Se hace además hincapié en su otro destino (un tanto más trágico) impuesto por el socialismo sovietico invasor de la Checoslovaquia de Dubcek, luego de la pública defensa que Zatopec hiciera de las reformas propuestas por el mandatario eslovaco durante 1968, y de sus declaraciones de que mayor libertad era imprescindible para el pueblo Checoslovaco. Como tantos otros participes y simpatizante de la primavera de Praga, las condecoraciones, el rango de Coronel, su inmensa popularidad, y su tardes heróicas cargadas de medalla no lo salvaron del destierro, y fue enviado a Jachymov, lejos de Praga (donde seguiría teniendo residencia su mujer) a trabajar en las minas de uranio. Más tarde será convertido en basurero, y luego en "geólogo", esto último a fin de poder cumplir las colocación de postes para el tendido eléctrico.
.Dos extractos, entonces, de la novela, tenemos el gusto de presentar. El primero, relacionado a sus tardes de glorias, donde batía records, arrasaba competencia y acumulaba medallas; el segundo aquel que ilustra sus otras carreras, ya como recolector de basura, en las que el pueblo checoslovaco lo sigue acompañando y adorando como a un héroe, porque para aquellos que se han ganado el cariño popular no existen desiciones y condenas políticas que alcancen para robarles el amor y el cariño que de un pueblo han sabido ganarse.
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Hay corredores que parecen volar, otros bailar, otros desfilar, otros parecen avanzar como sentados sobre las piernas. Algunos dan tan sólo la impresión de ir lo más rápido posible a donde acaban de llamarlos. Emil, nada de todo eso.
Emil parece que encoja y desencoja como si cavara, como en trance. Lejos de los cánones académicos y de cualquier prurito de elegancia, Emil avanza de manera pesada, discontinua, torturada, a intermitencias. No oculta la violencia de su esfuerzo, que se trasluce en su rostro crispado, tetanizado, gesticulante, continuamente crispado por un rictus que resulta ingrato a la vista. Sus rasgos se distorcionan como desgarrados por un horrible sufrimiento, la lengua afuera intermitentemente, como si tuviera un escorpión alojado en cada zapatilla de deporte.
Está como ausente cuando corre, tremendamente ausente, tan concentrado que ni parece estar cuando esta ahí más que nadie, y su cabeza, encojida entre los hombros, sobre el cuello siempre inclinado sobre el mismo lado, se balancea sin cesar, se bambolea y oscila de derecha a izquierda.
Puños cerrados, contorcionando caóticamente el tronco, Emil hace también todo tipo de cosas con los brazos. Cuando todo el mundo os dirá que se corre con los brazos. A fin de propulsar mejor el cuerpo, los miembros superiores deben utilizarse para aligerar las piernas de su propio peso: en las pruebas de fondo, el mínimo de movimiento con cabeza y brazos mejora el rendimiento. Pues Emil hace exactamente lo contrario, parece correr sin que le importen los brazos, cuya impulsión convulsiva arranca de demasiado arriba, describiendo curiosos desplazamientos, a ratos alzados o proyectados hacia atrás, colgando o abandonados a una absurda gesticulación, y sacude también los hombros levantado exageradamente los codos como si transportase una carga demasiado pesada. Mientras corre parece un boxeador luchando contra su sombra, por lo que todo su cuerpo, se asemeja a un mecanismo descompuesto, dislocado, doloroso, saslvo la armonía de sus piernas, que muerden y mastican la pista con voracidad. En suma, no hace nada como los demás, que a veces piensan que actua atolondradamente.
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Y mucho más adelante:
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Al cabo de esos seis años, la hermana mayor del socialismo y sus apoderados praguenses, que han convertido a Alexander Dubcek en jardinero, deciden que Emil regrese a la capital, pues se les ha ocurrido de ascenderlo y convertirlo en basurero. La idea parece buena, ya que la intención es humillarlo, pero no tarde en demostrarse que no es tan buena. En primer lugar, cuando Emil recorre las calles de la ciudad tras el camión con su escoba, la gente lo reconoce de inmediato y todo el mundo se asoma a las ventanas para ovacionarlo. En segundo lugar, como sus compañeros de trabajo se niegan a que él recoga la basura, se limita a correr a pequeñas zancadas, en medio de los gritos de aliento como antes. Todas las mañanas, a su paso, los habitantes del barrio donde le toca trabajar a su equipo bajan a la calle para aplaudirle, vaciando ellos mismos su cubo en el camión. No ha habido en el mundo basurero tan aclamado. Desde el punto de vista de los apoderados, la operación resulta un fracaso.
3 comentarios:
La novela de Jean Echenoz, "Correr", se encuentra editada por "Anagrama", en su colección "Panorama de narrativas", traducida por Javier Albiñama. De allí han sido extraídos los extractos de la novela publicados.
Impresionante atleta.....
http://docublogonline.blogspot.com/
muy interesante y emotiva historia realmente...
como dato curioso, en la maratón donde ganó, en 1952, hubo un argentino en el segundo puesto y otro (Delfo Cabrera) en el sexto...
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