domingo, junio 25, 2006

Desde la otra biblioteca

Bohumil Hrabal: Primera publicación
.
En el poema de Jorge Luis Borges, Jorge Luis Borges proyecta el paraíso en forma de Biblioteca. Hanta, el protagonista de “Una soledad demasiado ruidosa”, libro de Bohumil Hrabal, también sueña su paraíso repleto de libros, los libros que ha ido juntando a lo largo de su vida y que, con su vieja prensa de siempre, prensara para formar una única bala por día, ¡pero que bala!. Un paquete de ilustres libros comprimidos que amalgamara en un solo objeto físico, en una misma masa compacta, a Nietzche con Hegel y con Novalis y con Cervantes, los cuatro unidos por voluntad de Hanta en un mismo bollo inseparable.

El primer Jorge Luis Borges citado, el Borges autor, fue en concordancia con el sueño de su personaje, director de una biblioteca. Del mismo modo, Bohumil Hrabal compartió el destino de su héroe. Durante la ocupación nazi a Checoslovaquia, gracias a la cual pudo suspender sus estudios de derecho, además de oficial de notaría, empleado del ferrocarril y oficinista, fue, al igual que Hanta, triturador de papel viejo.

El destino ilustre de cada libro es el anaquel de una biblioteca, el destino comercial el del estante de una librería o (para aquellos menos afortunados) el de la tabla de una mesa de saldo, el destino original el de las manos de un hombre. Pero aún hay otro destino, un destino violento que puede perseguir fines higiénicos, criminales o de deshonra. A ese otro destino pertenecen los libros que terminan en manos de Hanta: A fin de limpiar un mundo al que la invención de la imprenta ha saturado de ejemplares, algunos; a causa de la censura o de la criminal mano invasora que vende bibliotecas botinadas a una corona el kilo, otros; y aquellos que han sido desterrados de la literatura definitivamente, encontrando su último valor en la posibilidad de futuras reencarnaciones a fuerza del reciclaje de papel, los últimos.

En ese terreno de destrucción en donde el botón verde compacta y destruye páginas y letras, ideas e invenciones, Bohumil Hrabal sitúa su personaje y, desde allí, desde el lugar más lejano al paraíso (a la biblioteca) saca a la luz consoladores restos de belleza y se asocia a los libros y a los grandes maestros de la literatura desde un lugar de violencia, de destrucción, de ruido, de maquinas, pero a su vez lleno de letras. Es en los párrafos siguientes en donde lo puede comprobar el lector.

“Hace treinta y cinco años que trabajo con papel viejo y ésta es mi love story. Hace treinta y cinco años que prenso libros y papel viejo, treinta y cinco años que me embadurno con letras, hasta el punto de parecer una enciclopedia, una más entre las muchas de las cuales, durante todo este tiempo, habré comprimido alrededor de una treinta toneladas, soy una jarra llena de agua viva y agua muerta, basta que me incline un poco para que me rebosen los más bellos pensamientos, soy culto a pesar de mí mismo y ya no sé qué ideas son mías, surgidas propiamente de mí, y cuáles he adquirido leyendo, y es que durantes estos treinta y cinco años me he amalgamado con el mundo que me rodea porque yo, cuando leo, de hecho no leo, sino que tomo una frase bella con el pico y la chupo como un caramelo, la sorbo como una copita de licor, la saboreo durante tanto tiempo que acaba no sólo penetrando mi cerebro y mi corazón, sino que circula por mis venas hasta las raíces mismas de los vasos sanguíneos. Por regla general, prenso unas dos toneladas por mes y para tener fuerzas para este bendito trabajo, durante treinta y cinco años he bebido tanta cerveza que con ella podría llenar una piscina olímpica o una buena cantidad de viveros de carpas navideñas. De esta manera, a pesar de mí mismo, me he vuelto sabio y ahora me doy cuenta de que mi cerebro es un fajo de pensamientos prensados en la prensa mecánica, mi cabeza calva es la nuez de Cenicienta, y sé bien que los tiempos en los que el pensamiento estaba inscrito en la memoria humana tenían que ser mucho más hermosos; si en aquel tiempo alguien hubiese querido prensar libros, tendría que haber prensado cabezas humanas, pero tampoco eso habría servido para nada, porque los verdaderos pensamientos provienen del exterior, van junto al hombre como su fiambrera de fideos y por eso todos los inquisidores del mundo queman los libros en vano, porque cuando un libro comunica algo válido, su ritmo silencioso persiste incluso mientras lo devoran las llamas, y es que un verdadero libro siempre indica algún camino nuevo que conduce más allá de sí mismo. (…)

Hace treinta y cinco años que me dedico a envolver libros y papel viejo, vivo en un país que sabe leer y escribir desde hace quince generaciones atrás, vivo en un antiguo reino donde siempre ha persistido la costumbre y la obsesión de atiborrarse pacientemente la cabeza con ideas e imágenes que aportan un goce indescriptible y un dolor más grande aún, vivo envuelto entre personas dispuestas a dar incluso la vida por un paquete de ideas bien prensadas. Y ahora todo eso se repite en mis entrañas, hace treinta y cinco años que pulso los botones verde y rojo de mi prensa. (…).
Si supiera escribir, haría un libro sobre la mayor suerte y la mayor desgracia de los hombres. Los libros me han enseñado, y de ellos he aprendido que le cielo no es humano en absoluto y que un hombre que piensa tampoco lo es, no porque no quiera sino porque va contra el sentido común. Bajo mis manos y en mi prensa expiran libros preciosos y yo no puedo detener ese flujo. No soy sino un tierno carnicero. Los libros me han enseñado el placer y la voluptuosidad de la devastación, soy feliz cuando diluvia, me encantan los equipos de demolición, paso horas y horas de pie mirando cómo los dinamiteros hacen saltar por los aires manzanas enteras, calles enteras, como si hinchasen neumáticos gigantes, devoro con los ojos el primer segundo, cuando se levantan los ladrillos y las piedras y las vigas y un momento después las casas caen suavemente como vestidos desabrochados que se deslizasen por el cuerpo, como un trasatlántico que se sumergiera en el mar tras las explosión de las calderas. (…)

Hace treinta y cinco años que aplasto todas esas cosas en una prensa, tres veces por semana los camiones se llevan mis balas a la estación, las meten en los vagones y se las llevan a las fábricas de papel donde los obreros cortan los alambres que las atan y sumergen el resultado de mi trabajo en álcalis y ácidos, suficientemente fuertes para disolver incluso las hojas de afeitar que cada dos o tres me cortan las manos. Pero, al igual que en las aguas sucias y turbias de un río en el desagüe de un fábrica, resplandece de vez en cuando un pez magnífico, en el río de papel viejo también brilla a veces el lomo de un libro precioso; deslumbrado, miro un rato hacia otra parte antes de cogerlo, lo seco con el delantal, lo abro y huelo el texto, y sólo después fijo los ojos en la primera frase y la leo como si fuera una predicción homérica; entonces guardo el libro entre otros bellos hallazgos en una caja tapizada de estampas que alguien volcó en mi sótano por equivocación junto con varios libros de oraciones. Mi misa, mi ritual consiste no sólo en leer estos libros, sino en meter alguno en cada paquete que preparo, y es que tengo la necesidad de embellecer cada paquete, de darle mi carácter, mi firma. Éste es mi calvario: para que cada paquete sea diferente, debo prolongar mi jornada laboral, acabar dos horas más tarde y llegar al trabajo dos horas antes, trabajar a veces incluso los sábados para poder liquidar el inacabable montón de papel viejo. El mes pasado tiraron a mi sótano seiscientos kilos de reproducciones de pintores célebres, seiscientos kilos empapados de Rembrandt y Hals, de Monet y Manet, de Klimt y Cézanne, y demás campeones de la pintura europea, de modo que ahora embellezco cada una de mis balas con reproducciones y, al anochecer, mientras mis balas esperan en fila india delante del montacargas, me deleito contemplando aquella belleza, aquellos paquetes adornados con Ronda de noche, Saskia, El desayuno sobre la hierba, La casa del colgado o El guernica. Y sólo yo sé que en el corazón de cada paquete descansa, abierto, aquí Fausto, allí Don Carlos, aquí, entre cartones sangrientos, Hyperion, allí, en una bala llena de sacos de cemento, Así habló Zaratrusta. Sólo yo sé cual de los paquetes le sirve de sepulcro a Goethe y a Schiller, cuál a Hölderin y a Nietzche."

2 comentarios:

Karel Poborsky dijo...

El texto entrecomillado pertenece al primer capítulo de "Una soledad demasiado ruidosa", de Bohumil Hrabal, Editorial Ediciones Destino. La selección de las omisiones ha sido decidida caprichosamente a fin de no extender en demasia el post.

hana.hanusova dijo...

!Fantastico! hh