martes, junio 20, 2006

Textos breves

Franz Kafka: Escritos
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Kafka escribió tres novelas que dejó inconclusas “El castillo”, El proceso”, “América”; varios cuentos como “En la colonia penitenciaria”, “Ante la ley”, “Medico rural”, “La muralla china”, “La metamorfosis”, “La construcción”; escritos íntimos luego públicos: su “Diario” y “Carta al padre”; y además una inmensa cantidad de textos breves y aforismos, a esos textos breves, que por expreso pedido del autor no deberían haber visto luz (al igual que el resto de su obra), pertenecen los publicados abajo.
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Max Brod explica que ya había avisado a su amigo que su pedido de que queme todo nunca sería llevado a cabo, y que, avisado de esto, Kafka no cambió de ejecutante de su testamento. También que si el deseo de su amigo hubiese sido destruirlo todo, no dejar el más mínimo indicio de su producción literaria, esa acción tranquilamente la pudiese haber llevado a cabo él mismo. Para muchos, sin embargo, Max Brod sigue siendo aquel que no respeto la solicitud de un amigo, el mandato de su confidente. Hecho atroz que roza el que es para Borges la peor de las deshonras, para Dante el peor de los pecados, el hecho de la traición. Así lo afirma Milan Kundera.
.Pero no es la intención aquí abrir juicio sobre el accionar de Brod; ni de acusarlo, ni de defenderlo. Sólo es llamar la atención, antes de dar paso a lo principal, los textos publicados debajo, sobre el hecho de que más allá de que fuera cual haya sido la verdadera intención de Kafka (intención para nosotros y para cualquiera oculta e incomprobable) fue en Brod, y no en otro, en quien el autor deposito su confianza. Fue en él en quien Kafka vio al más indicado para llevar a cabo su misterioso testamento, y es la suya la amistad que Kafka eligió y no la nuestra. Y esto implica un hecho de relevancia irrefutable.
Se podrá discutir y debatir, analizar e interpretar cual fue la verdadera intención del autor checo sobre el destino de sus obras, pero nunca se podrá equiparar la ventaja que Max Brod posee sobre el resto de los mortales para interpretar su designio: fue él quien compartió sus tardes con Kafka, fue él quien lo llegó a conocer, tal vez, mejor que nadie; ninguno con más herramientas que Brod, para poder llegar a comprender cuales eran las verdades intenciones de su amigo.
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Una pequeña fábula

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Ay! –dijo el ratón-. El mundo se hace cada día más pequeño. Al principio era tan grande que le tenía miedo; corría y corría y por cierto que me alegraba ver esos muros, y siniestra, en la diestra la distancia. Pero esas paredes se estrechan tan rápido que me encuentro en el último cuarto y ahí en el rincón está la trampa, sobre la cual debo pasar.
-Todo lo que debes hacer es cambiar de rumbo –dijo el gato, y se lo comió.

La partida
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Ordené que trajeran mi caballo del establo. El criado no me entendió así que fui yo mismo. Ensillé el caballo y lo monté. A la distancia oí el sonido de una trompeta y pregunté al mozo su significado. Él no sabía nada; no había oído sonido alguno. En el portón me detuvo y preguntó:
-¿Hacia dónde cabalga, señor?
-No lo sé –respondí-, sólo quiero partir, sólo partir, nada más que partir de aquí. Sólo así lograré llegar a mi meta.
-¿Entonces conoce usted la meta? –preguntó él.
-Sí –contesté-. Ya te lo he dicho. Partir, ésa es la meta.
-¿No lleva provisiones? –preguntó.
-No me son necesarias –respondí-, el viaje es tan largo que moriré de hambre si no consigo alimentos por el camino. No hay provisión que pueda salvarme. Por suerte es un viaje realmente interminable.
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Una cruza
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Tengo un animal singular, mitad gatito, mitad cordero. Lo heredé con una de las propiedades de mi padre. Desde que está conmigo ha completado su desarrollo; antes era más cordero que gato. Ahora participa de ambas naturalezas por igual. Tiene del gato la cabeza y las uñas; del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, salvajes y chispeantes, la piel suave ajustada al cuerpo, los movimientos a la par vivaces y furtivos. Echado al sol en el hueco de la ventana, se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y es imposible alcanzarlo. Huye de los gatos y pretende atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito son los tejados. No sabe maullar y le repugnan las ratas. Pasa horas y horas en acecho ante el gallinero, pero no ha aprovechado jamás la ocasión de matar.
Lo alimento con leche: es lo que le siente mejor. La sorbe a grandes tragos entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, constituye un gran espectáculo para los niños. Loas visitas son los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me hacen rueda todos los niños de la vecindad.
Escucho, entonces, las más extraordinarias preguntas, que ningún ser humano es capaz de contestar: ¿Por qué hay un solo animal así? ¿Por qué soy yo su poseedor y no otro?, si antes ha existido un animal parecido y qué pasará después de su muerte, si no se siente solo, porque no tiene hijos, cuál es su nombre, etcétera.
No me tomo el trabajo de responde: me limito a exhibir mi propiedad, sin grandes explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; un día llegaron a traer corderos. Contra lo que esperaban no se registraron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron tranquilamente con ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho natural.
Sobre mis rodillas este animal no conoce ni el miedo ni deseos de perseguir a nadie. Acurrucado contra mí es como se siente mejor. Está apegado a la familia que lo crió. Esto no puede ser considerado, desde luego, como una extraordinaria muestra de fidelidad, sino como el recto instinto de un animal que en la tierra tiene innumerables parientes políticos, pero quizá ni uno solo consanguíneo, y para el cual, por lo mismo, resulta sagrada la protección que ha encontrado entre nosotros.
A veces me da risa cuando me olfatea, se desliza por entre mis piernas y no quiere apartarse de mí. Como si no le alcanzara ser gato y cordero también le gustaría ser perro. Una vez, como le ocurre a cualquiera, no hallaba yo forma de solucionar ciertos problemas económicos y estaba a punto de terminar con todo. Con esa idea me mecía en el sillón de mi cuarto, con el animal sobre las rodillas; entonces bajé los ojos y vi lágrimas que goteaban de sus grandes bigotes. ¿Eran suyas o mías? ¿Tiene este gato de alma cordero ambición humana? No es mucho lo que he heredado de mi padre, pero vale la pena cuidar este legado.
Tiene la inquietud de los dos, la del gato y la del cordero, aunque ambas son muy distintas. Por eso le queda estrecho el pellejo. A veces salta al sillón, apoya las patas delanteras contra mi hombre y acerca el hocico a mi oído. Es como si me hablara, y de hecho vuelve la cabeza y me mira atentamente para observar el efecto de su comunicación. Para complacerlo hago como si hubiera entendido algo y asiento con la cabeza. Salta entonces y brinca a mi alrededor.
Quizá la cuchilla del carnicero fuese la redención para este animal, pero tengo que negárselo porque lo he recibido en herencia. Por eso tendrá que esperar hasta que se le acabe el aliento, aunque a veces me mira con razonables ojos humanos, que tientan a obrar compasivamente.
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El buitre.


Un buitre me picoteaba los pies. Ya me había desgarrado los zapatos y las medias y ahora me picoteaba los pies. Siempre tiraba un picotazo, volaba en círculos amenazadores alrededor y luego continuaba su obra. Pasó un señor, nos miró un rato y me preguntó por qué toleraba el buitre.
-Estoy indefenso –le dije-, vino y empezó a picotearme; lo quise espantar y hasta proyecté torcerle el pescuezo, pero estos animales son muy fuertes y quería saltarme a la cara. Preferí sacrificar los pies; ahora están casi hechos pedazos.
-No se debe atormentar –dijo el señor-, un tiro y el buitre se acabó.

-¿Le parece? –pregunté-, ¿quiere encargarse usted del asunto?
-Encantado –dijo el señor-, no tengo más que ir a casa a buscar mi fusil, ¿puede aguantar media hora más?
-No sé –le respondí, y por un instante me quedé rígido de dolor; después agregué-: por favor, pruebe de todos modos.
-Bueno –dijo el señor-, me apuraré.
El buitre había escuchado tranquilamente nuestro diálogo y había dejado vagar la mirada entre el señor y yo. Ahora vi que había comprendido todo: voló un poco más lejos, retrocedió para alcanzar impulso óptimo, y, como un atleta que arroja la jabalina, encajó su pico en mi boca, profundamente. Al caer de espaldas sentí como una liberación; sentí que en mi sangre, que colmaba todas las profundidades y que inundaba todas las riberas, el buitre, irremediablemente, se ahogaba.

2 comentarios:

Karel Poborsky dijo...

Todos los textos breves fueron extraidos de la recopilación "La muralla china", de Franz Kafka, Editorial Edicomunicacion.

Anónimo dijo...

Tremendo blog, te felicito, Kafka fue un gran escritor, un potente exponente de la literatura menor.Saludos...atte leonardo seguel