lunes, diciembre 22, 2014

Mateo - R.U.R.: IV

Tecnología y producción en masa en el teatro de principios del Siglo XX
.
IV- Dos elementos menores (el aislamiento social y la intromisión del conflicto)

Las dos cuestiones trabajadas en este apartado se encuentran claramente marcadas en la obra de Capek. No hay momento de R.U.R. en que la sensación de aislamiento no esté presente: Todo sucede en una isla y todo lo que sucede en el mundo (o lo que se cree que sucede, pues interrumpidos los buques del correo en el tercer acto el mundo exterior quedará sujeto a meras especulaciones) es percibido a través de la mirada de los habitantes de la isla.
Toda la acción ocurre allí y de ese primer elemento externo, que llega del afuera, (el personaje de Elena) es a partir del cual se desatará todo el conflicto. Teresa López Pelliza afirma que “Elena (…) cumple la función pandórica y troyana que su nombre implica (…). Irrumpe en el paraíso patriarcal (tan solo hay hombres en la fábrica) para crear el caos”.[1] Resulta que debido a ella será que el Dr. Gall modificará el mecanismo por el cual se conforma el carácter de los robots, otorgándoles las posibilidades de sentir, de odiar y, por sobre todas las cosas, de rebelarse. La obra inicia sin mayor introducción con la llegada Elena, y desde entonces todo lo que llegue de afuera no será percibido más que como una amenaza.  

DR. GALL: Dejadme hablar. Yo cambié los robots.
(…)
DR. GALL: Cambié el carácter de los robots. Cambié la forma de hacerlos. Sólo unos detallitos de sus cuerpos. Principalmente… sobre todo su… irritabilidad.
(…)
DR. GALL: Lo hice en secreto… yo solo. Los estaba transformando en seres humanos. Les di un giro. En algunos aspectos ya están por encima de nosotros. Son más fuertes que nosotros.
FABRY: ¿Y esto qué tiene que ver con la sublevación de los robots?
DR. GALL: Muchísimo. En mi opinión, todo. Han dejado de ser máquinas. Ya son conscientes de su superioridad, y nos odian. Odian todo aquello que sea humano. 
(…)
ELENA: ¡Miente, miente! ¡Oh doctor Gall!, ¿cómo puede usted mentir de esa forma?
(…)
ELENA: No, Harry, déjales que se queden, que oigan. El doctor Gall no es… no es culpable.
DOMIN: Perdón. Gall tenía unas ciertas obligaciones.
ELENA: No, Harry, hizo eso porque yo se lo pedí. Gall, dígales ¿cuántos años hace que le pedí que…?
(…)
ELENA: Quería que tuvieran almas. Me daban tantísima pena, Harry.[2]

               En Mateo el conflicto central es introducido por el personaje de Severino. El único personaje fuerte –además de él aparecen Loro y Narigueta, personajes secundarios- que no pertenece a la familia. Igual que Elena, traerá una mirada opuesta a la de los personajes principales acerca del afuera e introducirá a Miguel al mundo del delito[3].
               Severino, asimismo, será el encargado (una vez más, equiparándose al personaje de Elena) de romper el aislamiento de la familia, enunciando una mirada externa que se opone a la de ese circuito cerrado que es la familia, carente de cualquier tipo de vínculo social, ya que no existe miembro alguno de ella que logre comunicarse, entenderse, acordar, con la sociedad. No hay comprensión de Miguel con los criollos Loro y Narigueta, no hay acuerdo de Carlos con sus empleadores (hasta el giro final) ni entendimiento de Chichilo acerca de los requisitos necesarios para ser un gran campeón o de Lucía sobre su situación (“al final no sé para qué es linda una si no puede ponerse un trapo que le quede bien”).[4] Muchos menos podrá Doña Carmen romper el aislamiento, quien ya ni siquiera es escuchada cuando ruega al carnicero un poco más de crédito para la compra de cada día.
               Para Miguel y su familia, la sociedad no será más que una trampa que amenaza con envolverlos en sus redes, que se extienden desde el peligro de los cajetillas robándose a Lucía, hasta la tentación de la vida fácil que encarna Severino, pasando por la miseria reinante, las pestes y la explotación.
               Al respecto del aislamiento y de la intromisión en el Mateo aseverará Sanhueza-Carvajal:

Al igual que todos los protagonistas de los grotescos, Miguel vive encerrado en su propio mundo y no ve la realidad.[5]

La vida de la familia empieza a cambiar a causa de dos eventos que incluyen el afuera. Primero, cuando el cochero invita a Severino a su casa, el epítome del afuera entra al hogar. El sombrero de Severino huele y así introduce el “olor a muerto” en la casa, indicio premonitorio muy importante.[6]

               Osvaldo Pelletieri, por su parte, señala el aislamiento en su artículo “Armando Discépolo y el grotesco italiano: reescritura y variantes artísticas”, en el que escribe:

Lo caracterizó [al grotesco] también la mezcla de procedimientos provenientes de distintos géneros teatrales como la comedia y el drama. Todo esto genera una marcada ironía textual, a la que se suma la ambigüedad de los diálogos.
Todo lo cual se traduce en el plano semántico en la famosa máscara voluntaria del personaje central destinada a rehuir la comunicación con los demás.[7]

Por otra parte, no es difícil ver en la familia de Stefano el paradigma de sistemas sociales más amplios. Cada uno de sus miembros está solo y su comunicación con lo exterior es precaria. Es un módico, un anticipado Huis-clos.
Aislamiento, subjetividad y pesimismo son las notas que se aprecian en el sistema de personajes de Stefano a nivel semántico. (…). En el sistema popular del grotesco criollo, los personajes están perdiendo de manera acelerada su contacto entre sí y con el mundo. Son una anticipación de lo que Williams llama “expresionsismo subjetivo”, es decir, “la dramatización del aislamiento y de la vulnerabilidad: el grito del individuo extraviado en un mundo sin sentido.[8]
               
      Lo que explica esta doble coincidencia de aislamiento y amenaza exterior será la aparición repentina de la producción en masa, a través de dos de sus consecuencias esenciales: El desplazamiento de los productos manofacturados por talleres y artezanos pertenecientes mayoritariamente a una economía local, por aquellos industrializados provenientes de potencias económicas externas (amenaza exterior).Y el aislamiento que sufrirán los países que no alcancen la industrialización temprana en la competencia central por las riquezas del mundo, convirtiéndolos en países dependientes o de segundo orden (aislamiento).


           Esta introducción de la máquina tecnológica en la vida cotidiana será lo que, de un lado en una, de un lado en otra, lleve al aislamiento a los personajes de cada obra. Los efectos de la intervención de la máquina en el circuito productivo incluirán una nueva línea que divide a los hombres. De un lado, quedarán los dueños de las máquinas y del otro aquellos que les sirven (es decir, quienes las operan). Pero esta división que se plasma en los personajes también anticipa y advierte la profundización de una brecha que desde la revolución industrial organiza las relaciones internacionales, a partir de la distinción entre aquellos países productores de materia prima y cuya economía se torna dependiente de la importación de tecnología, y aquellos países que son capaz de generarlas y se apoyan tanto en la exportación de esta como de productos elaborados. O, lo que sería lo mismo, la brecha que divide a las naciones centrales y periféricas.
            El origen de las obras, ubicado en países que casi cien años después de su estreno continúan en los márgenes de la economía mundial (uno, apoyado en la industria diversificada pero carente de renovación y nuevas tecnologías, en la minería y el turismo, como el caso de la República Checa[9]; el otro, sustentado en la exportación agropecuaria, en una industria ligera y, en menor medida, también en el turismo) señala una clara percepción de aquello que definiría las relaciones y determinaría la distancia entre sus países natales y el centro del mundo.  




[1] Pelliza, Teresa: “Autómatas y robots: Fantoches tecnológicos en R.U.R. de Karel Capek y El señor de Pigmalión de Jacinto Grau”. En Anales de la literatura española contemporánea. 2013. Pág. 15.
[2] Capek, Karel: R.U.R. (Robots Universales Rossum). Alianza Editorial, 1966. Madrid. Pág. 92 a 94.
[3] Elena llega a la fábrica con una mirada diametralmente opuesta a la que allí se tiene sobre los robots. Mientras estos son meras piezas industriales funcionales al hombre, Elena insistirá en su equidad con la especie humana:
DOMIN: Marius, lleve a Sula a la sala de pruebas para que la abran. De prisa.
(…)
ELENA: ¿No será usted capaz de matarla?
DOMIN: A una máquina no se la puede matar.
(…)
ELENA: No importa. Los robots son iguales a nosotros. Sula, ¿verdad que no los ibas a dejar que te hicieran trocitos?
Capek, Karel: R.U.R: Op. Cit. Pág. 27.

[4] Discépolo, Armando: Mateo. Pág. 41. En Mateo / La tristeza. Editorial Cántaro, 2001. Buenos Aires.
[5] Sanhueza-Carvajal, María Teresa: Op. Cit. Pág. 230.
[6] Idem: Pág. 274.
[7] Pelletieri, Osvaldo: “Armando Discépolo  y el grotesco italiano: reescritura y variantes artísticas”. En De Goldoni a Discépolo. Teatro italiano y teatro argentino (1790-1990). Cuadernos del GETEA Nro. 4. Buenos Aires. Pág. 84
[8] Idem. Pág. 93.
[9] Mayor información disponible en http://yordihristov.blogspot.com.ar/2007/04/economia-de-la-repblica-checa.html

No hay comentarios.: